martes, 5 de enero de 2010

Los sonidos de la tierra viajan al más allá


Mandar un mensaje por teléfono móvil es algo tan natural hoy en día que, nosotros, quitados de la pena, tenemos la certeza de que la persona al otro lado del mundo podrá recibirlo sin mayor dificultad. Lo hacemos porque la tecnología nos lo permite; se ha hecho parte de nuestra vida cotidiana. Pero si quisiéramos trasladar esta realidad de nuestro mundo conocido, el planeta tierra, a dimensiones estelares, nos encontraremos con una serie de dificultades realmente mayores. Para poder comunicarnos con una civilización inteligente en otro rincón del universo hará falta algo más que un celular y una antena de conejo para poder lograrlo.

Un intento descabellado de este tipo, sin embargo, ya se realizó hace tres décadas, allá por 1977 en el gabacho, cuando las sondas espaciales Voyager 1 y Voyager 2 fueron lanzadas a una misión titánica: Llegar a donde ningún otro objeto terrestre pudo hacerlo en el pasado, cruzar nuestro sistema solar para desafanarse del reinado natural del astro que ahora nos gobierna a todos, el Sol. Además de las tareas de reconocimiento que efectuarían sobre Júpiter y Saturno, estas dos naves debían seguir su camino más allá, en una zona denominada “heliopausa”, que es el punto en el que el viento solar se une al medio interestelar procedente de otras estrellas, precisamente ahí donde nuestra “luz mayor”, dicho de manera vulgar, se la pela.

Para sacar provecho de la osada travesía de las Voyager algunos científicos, entre los que se encontraban Carl Sagan (emblemático científico del que hablaré en el siguiente artículo) y Frank Drake decidieron poner a bordo un disco de oro conteniendo un mensaje dirigido a la civilización que eventualmente las encontrase. Estos discos, que recibieron el nombre "Sound of Earth" (“Sonidos de la Tierra”, en español), son discos de gramófono, como los viejos “Long Play”, ya que era la tecnología disponible en la época. El mensaje, sin embargo, si bien le va, tardará unos 74,500 años para alcanzar las proximidades de la estrella más cercana a nuestro sistema solar (¿quién de nosotros estará aquí para presenciar tal acontecimiento histórico?), e incluye una selección de sonidos que pueden oírse en la tierra, como el sonido del viento, las olas, truenos, canto de las ballenas y otros animales. Además, se incluyó un saludo grabado en 55 idiomas diferentes que decía “Hola y saludos a todos”, y un mensaje del entonces Secretario General de las Naciones Unidas. Como dato curioso para los mexicanos, una de las canciones que iba incluidas en la grabación era “El Cascabel", melodía originaria de Veracruz ejecutada por Lorenzo Barcelata y el Mariachi México. Qué orgullo, la verdad, y qué bueno, porque los extraterrestres que escuchen este tema seguramente se pondrán a zapatearle bonito cuando pongan el disco en la quinceañera de alguna hermosa y virginal alienígena.

También se incluyeron a bordo 115 imágenes, más una de calibración, en las que mediante el lenguaje científico se explica la localización del Sistema Solar, cuáles son las unidades de medida que empleamos, datos sobre la tierra, el cuerpo humano y la sociedad en general.
Es de suponer que alguna forma de vida avanzada que se tope con una de las Voyager pueda deducir que el disco no forma parte de la estructura o mecanismos de la nave. Sin embargo, no hay garantías de que sepan construir una máquina con la que puedan reproducir los surcos del disco para transformarlos en sonidos, o interpretar las imágenes. Por ejemplo, una de las fotos en la que aparece una gimnasta (una composición tomada en secuencia superpuesta), podría hacerlos pensar que tenemos varios brazos, piernas y cabezas. De todos modos, y como declaró en su momento el comité científico refiriéndose al disco:

“Su objetivo principal no es el ser descifrado, sino que el hecho de su simple existencia pone de manifiesto la existencia de los humanos, así como sus esfuerzos por contactar a otras especies inteligentes que pudiesen existir fuera del Sistema Solar”.

Lo que pueda ocurrir (o lo que haya ocurrido ya) es algo totalmente impredecible. Es probable que ninguna civilización lo encuentre, sobra decirlo; en tal caso, nuestra nave surcará los océanos estelares pero nunca encontrará una isla de la cual asirse: las olas oscuras del espacio la llevarán cada vez más y más lejos hasta que los artefactos empiecen a fallar. Se estima que el tiempo de vida de las piezas y la manera en que obtiene su energía, a través de generadores eléctricos nucleares, las Voyager seguirán enviando datos al menos hasta el 2030. Lamentablemente, debido a problemas de presupuesto, en la actualidad la misión está controlada por sólo 10 científicos, y podría ser abandonado en un futuro próximo, dejando a las Voyager seguir su camino sin que haya nadie que las escuche en la Tierra.

Pero si de pura casualidad obtuviéramos alguna respuesta, ¿qué resultados podemos esperar de esta experiencia intergaláctica? ¿Qué beneficio práctico obtendríamos los seres humanos al intentar comunicarnos con seres de otros rincones del universo? Los pragmáticos renegarán, seguramente; los religiosos, pondrán en duda la existencia de otros hijos de Dios; los políticos, temerán las consecuencias sociales de tal acontecimiento. Mientras tanto nosotros, los soñadores, esperaremos sentados, tranquilamente, mirando las estrellas, con la fe puesta en aquellas dos viajeras solitarias, pensando que la botella que hemos lanzado al mar del cosmos pronto encontrará destinatario anónimo. Imaginaremos, ilusionados (mientras le damos un sabroso trago a nuestro café), que tarde o temprano “alguien” escuchará nuestro mensaje, pues lo único que en realidad pretende es hacerles saber de que aquí estamos nosotros, los terrícolas, que somos muchos, que también amamos, que también creamos arte, que también soñamos con otros mundos habitados y divertidos.

La verdad, necesitamos un poco de compañía, esa es la razón. No queremos morir solos en esta vasta e inabarcable inmensidad... No sean gachos, hombrecillos verdes: mándenos aunque sea una leve señal de humo. Les prometemos que cuando la recibamos, no les haremos el feo como cuando enviaron compatriotas suyos (como Buda, Jesús, Mozart, Einstein y Lennon) a explorar este punto azul pálido perdido en el más acá.