viernes, 15 de enero de 2010

El retorno de Lucifer




Dos años sin él. Pero ha vuelto. Lo resucitaron de entre un montón de cenizas. Es él. Cuánto lo extrañaba. Hoy está conmigo nuevamente. Soy muy feliz. Pero hace dos años, cuando ocurrió la desgracia, en medio de la confusión escribí esto:

Tengo que hablarte porque el espíritu me lo exige, aunque parezca una locura. Esta noche me ha entrado un sentimiento pesado, sobrecogedor, y se me han venido los recuerdos como una inmensa cascada de plomo que me aprisionan el pecho. Esta noche, en que ya la tormenta ha pasado y el ánimo empieza a recobrar fuerzas, empiezan a surgir de nueva cuenta los grandes momentos que pasé con tu ayuda, Lucifer. ¿Cuántos instantes pasamos juntos en cuatro años? ¿Cuántos viajes hicimos? ¿Cuántos lugares nuevos descubrimos? ¿Cuántas carreteras norteñas transitamos? Muchas. Incontables. Voy a trasladarme por unos segundos al terreno de la ficción. A un mundo donde los coches sí tienen alma y son amigos de las personas. Y en ese escenario fantástico, Lucifer, donde sí puedes escucharme, tengo muchas cosas que quisiera decirte.

Recuerdo nuestro primer encuentro, en la agencia de coches, cuando yo veía ilusionado en los aparadores, esos autos del año: algunos modestos, austeros; otros imponentes, modernos, costosos; y digo ilusionado porque iba a comprar mi primer carro y debía elegirlo a mi gusto: aquél que representara, me decía, el espíritu aventurero que llevo dentro y que no puedo reprimir; aquél que me acompañará en las travesías y haga de un día normal una gran aventura. Y te vi a ti, amigo, y desde el primer momento me caíste bien. Me agradó tu presencia y no dudé en llevarte conmigo a casa. Hasta te puse un nombre loco: Lucifer. "No seas burro, Negro, estás invocando al diablo", me decían mis amigos, pero tú y yo sabíamos que no eran así de diabólicas las cosas; para nada. "Aliviánate, mi buen", les decía. "Es un nombre nada más, no te apasiones; además, Lucifer quiere decir estrella de la mañana", y por más explicaciones que daba, todos se encogían de hombros al no aceptar como normales mis ilustraciones semánticas sobre el origen de tu apodo. En cambio tú, Lucifer, fue tal tu aceptación que corrías como verdadero demonio en busca de nuevos horizontes. Y cómo no, pues me llevaste por toda La Laguna, mi tierra querida, y más allá de nuestras fronteras estatales.

Para empezar, recorrimos mi pueblo amado: Matamoros Ranch. Sus veredas sin pavimentar, sus calles largas, llenas de baches y sin señalamientos. Conocimos de rincón a rincón esa aterrada ciudad hermosa que me vio crecer: Los niños jugando en los barrios del Chalet, con sus pies descalzos en la tierra caliente; los chicos debatiéndose en un partido de fútbol, en las 'picas' que armaban en la colonia; los papalotes que se volaban en los terrenos baldíos; las ladrilleras, esas construcciones rudimentarias que aún existen y que le dan representatividad a nuestro pueblo y que hoy, lamentablemente, contaminan el cielo; la Pompa, allá por el sur, aquel gran contenedor de agua que dotaba de vital líquido a los ciudadanos y que hoy es sólo un monumento más; la Cueva del Tabaco, aquel agujero en un cerrito, rumbo a la carretera estatal, donde nuestro lejano héroe de la Patria, Benito Juárez, vino a ocultar los Archivos de la Nación; el Cerro de la Antena, ese lugar solitario donde yo acostumbraba escalar los domingos por la madrugada, para, según yo, purificar mi espíritu y recargarme de energías positivas.

Me llevaste por todo Torreón, mi segunda casa y sustento de toda La Laguna: Ciudad que ha crecido enormemente y estará a la par, muy pronto, de las grandes urbes de México. ¿Cuántas veces hemos subido al Cristo de las Noas, el lugar turístico más importante de la Comarca Lagunera? ¿Cuántas veces me has llevado por las noches a bailar a algún antro, los fines de semana, ó, en un día tranquilo, a visitar a los amigos? ¿Cuántas veces me llevaste a los bares y cafés para que yo pudiera cantar, como trovador que era, con la compañía de la nena, mi guitarra? Muchas. Incontables.

Hemos ido a pasar un rato agradable a Viesca y sus Dunas de Bilbao, esa parte desértica y arenosa que nos recuerda al Sahara, en el norte de África. Hemos visitado ya dos años el Festival de las Artes, en Lerdo; incalculables ocasiones hemos ido a su Parque Victoria, donde sirven la nieve chepo, tan exquisita. Y qué decir de Gómez Palacio, esa ciudad hermana de Torreón. Allá están también mis grandes amigos. Me permitiste convivir con todos ellos y llegar a tiempo a nuestras reuniones, para pasar inolvidables tardes de juego y cotorreo.

Recuerdo cuando fuimos a Parras de la Fuente. Qué lugar tan bonito, tan colonial, sus calles empedradas evocan un cuadro antiguo, un sitio mágico: su Santo Madero, a la salida del pueblo; su Casa Madero, donde fabrican los mejores vinos y le dio identidad por muchos años a nuestro entorno; la Hacienda del Perote y su cueva donde puntualmente, a las 7 de la noche, los murciélagos salen a encontrarse con las sombras. A pocos kilómetros está Saltillo, la capital del estado, y también la hemos visitado en varias oportunidades. Y mucho más allá se encuentra Sabinas: ese pueblo que estuvo en boga hace poco por la lamentable tragedia de los mineros. Ahí también nos dimos cuenta de que hay lugares bellos como la presa con sus muchos caudales y arroyos. Luego zarpamos a la región de Cuatrociénegas, donde se han encontrado especies acuáticas no halladas en ningún lugar del mundo; y después a Jiménez, con su cueva-jacuzzi, tan apropiada para el romance.

Un buen día salimos del estado y llegamos hasta Monterrey, la gran zona metropolitana del norte de México; su Paseo Santa Lucía; el Parque Fundidora; la Macroplaza; el Cerro de la Silla. ¿Cuántas veces nos perdimos por sus calles intrincadas, veloces? Su feroz periférico, por el cual nos enredamos como en un laberinto sin salida, nos dio varios sustos... como aquél susto tremendo que nos dimos cuando nos embistió un autobús de pasajeros, pero por una maniobra oportuna, alcanzamos a sacarnos y sólo nos dio un raspón en uno de tus faros.

Cuántos acontecimientos vividos.

Gracias por todo, vato. Me hiciste pasar momentos chidos, los cuales no olvidaré tan fácilmente. Fuiste más que un coche: fuiste mi confidente, mi compadre, mi amigo. Te debo muchas cosas y sobretodo, el haber cuidado a mi hermano, en esta tragedia que acaba de ocurrir hoy por la tarde. En este accidente aparatoso, donde José Ángel salió volando por sobre un puente y dio dos volteretas. Fue un milagro. Fue obra de Dios, por supuesto, el que mi brother saliera ileso; pero estoy seguro, cabrón, que tú le echaste una manita: te sacrificaste para que mi carnal saliera vivito y coleando, salvo algunos raspones y un chipote chillón en el rostro. En cambio tú, amigo, mírate: quedaste bien madreado. Pobrecito. Pero sé que detrás de este trascendental suceso, hubo una voluntad divina para que no ocurriera lo peor y tú fuiste un instrumento de su mano para que se cumpliera tal y como estaba escrito...

Por eso y mucho más, gracias. Ya no estarás conmigo -quizá- para presenciar otras ciudades, en otros viajes. Pero, no me cabe duda, me acompañarás... Pinche Lucifer: tenías planeado, de una forma u otra, que yo la pasara conmadres, en esta rara, retorcida y sorpresiva carretera que llamamos vida.