jueves, 10 de diciembre de 2009

Imaginando vidas


Hace unas semanas, cuando hice un viaje por el sur de México, tuve una sensación muy extraña. Iba en el autobús rumbo a Tuxtla Gutiérrez, del lado de la ventanilla, viendo los paisajes, las casas, las personas, los cuadros artísticos que el ambiente me iba regalando; cuando de pronto, tuve como una especie de revelación: Esas personas que estaban al otro lado del vidrio, ¿quiénes eran? ¿Qué hacían? ¿Cómo eran sus vidas? ¿Cómo vivían ellos su andar cotidiano? Fue algo que me sobrecogió. Era como si la realidad, de forma intempestiva, se hubiera partido en dos, un universo cerrado, seguro, apartado, el mío, dentro del automóvil; y otro abierto, inseguro, real, tangible, el de ellos. Entonces me puse a imaginar sus vidas, traté de pensar en cómo era un día en la vida de aquellos hombres y mujeres que alcanzaba a ver. Todo fue muy rápido, por supuesto, pues la velocidad del camión era considerable. Era como ir procesando información a la velocidad de la luz y se me vinieron a la mente las computadoras, que realizan tareas en paralelo de manera fantástica, interpretando puros ceros y unos para, posteriormente, en un plano superior, convertirlo en imágenes, textos y videos que nosotros los humanos (en un proceso natural) entendemos en un sentido todavía más amplio. Tenía muy pocos elementos a mi disposición pues lo que alcanzaba a ver en la carretera, era apenas un esbozo de la realidad, un boceto. Una escena que se me quedó muy grabada, pues, es la siguiente:

A la orilla de la carretera las casitas en Chiapas son muy humildes. En una de ellas, hecha con madera, láminas y poco cemento, se encontraba una familia sentada. Platicando. Conviviendo. El abuelo cargaba en sus piernas a un pequeño, seguramente el menor de los nietos. A un lado, riendo, un hombre maduro, con una gorra despintada y una playera sin mangas, les contaba probablemente sobre alguna aventura que tuvo con un amigo del pueblo, y los demás reían también con esa anécdota espontánea. A su lado estaban dos mujeres que tenían delante de ellas una manta extendida con granos de maíz. Estaban haciendo su trabajo, sin detenerse. Una niña también les ayudaba. En la puerta de su casa tenían un anuncio de la Coca Cola, quizá vendían refrescos y algunos abarrotes básicos para completar su subsistencia. Las mujeres vestían los atuendos típicos de Chiapas, con sus huaraches, con sus pies desgastados. El frío que ya se sentía por el otoño no parecía molestarles en lo más mínimo. Al contrario, lo disfrutaban. Alcancé a ver también ropa tendida en unos mecates y más al fondo, otro hombre inclinado, haciendo algo que ya no pude reconocer. Y eso es todo. Es sólo una imagen, una fotografía captada por mis ojos, una instantánea que trata de proyectarme toda una historia, la vida real de las personas. Pero la vida es más que eso, sólo instantáneas. No se parece en nada a lo que un escritor trata de plasmar en sus textos.

Porque el proceso de creación es todo un misterio. Es, por supuesto, una experiencia muy personal y cada individuo lo vive a su propia manera y estilo. En mi caso, a mí me ocurre algo muy inquietante. Mientras escribo, me voy adentrando en un terreno desconocido, siniestro, en un agujero negro del cual no puedo salir hasta que no termino el último punto y aparte, hasta que siento que no he dicho todo lo que tenía que expulsar. Es como si me desprendiera de la realidad. En un momento así se me olvida todo lo que en verdad “existe”, se me apartan los problemas por unos minutos y dejo de ser yo. Es algo catártico, angustiante y paralizador. Algunos románticos llaman a esto inspiración. A mí en lo personal no me gusta el término. La diferencia abismal que existe entre la realidad y la ficción es que, en la primera, las cosas simplemente son, no hay un guión escrito para la vida (aunque muchas personas a veces intentan, intentamos darle un sentido más sublime a los sucesos que rigen nuestras existencias, y ponemos delante de los acontecimientos un destino, un karma, un Dios), pero la realidad se rige por el engranaje sutilmente entramado de los actos y decisiones tomadas por cada uno de los seres humanos. En cambio, la ficción, por más caótica que pueda parecer en su forma, siempre tiene un sentido previamente estructurado. El escritor tiene en su mente, o en un cuaderno (o en mi caso, en un pizarrón), desarrollado un argumento el cual se sigue al pie de la letra, o se sortea en el camino, de acuerdo al giro inesperado al que lo puedan llevar sus personajes. Porque a veces los personajes cobran vida propia. Es otro de los misterios que a veces suceden en la escritura.

Pero no todo está en la mente. Mucha gente se reconforta con la tranquilidad de una sólida rutina diaria. Sólo ahí son felices, sólo ahí se sienten seguros. A veces nos hace falta darnos un baño de realidad, salirse un rato de ese sauna placentero que representa nuestro hogar, nuestro trabajo, nuestro mundo. Me lo digo a mí. Hay que salirse descalzo un día de estos, sentir el fango de la realidad, revolcarse en ella, vivirla en los propios huesos. No todo es fantasía. La vida no siempre es lo que a veces creemos imaginar.