lunes, 2 de noviembre de 2009

Forastero


Lo que descubro en este pueblo no es nada nuevo: cada país, región o ciudad (incluso cada barrio) tiene sus propias costumbres. Las sociedades van estableciendo las reglas de convivencia que sus ciudadanos irán asimilando con el paso de los años, para forjar así, las formas de vida propias de cada lugar. De esta manera, un grupo de habitantes puede tener costumbres distintas a las de su comunidad vecina, no importando que los divida, apenas, una sola calle: las reglas cambian con pasar de un ámbito a otro.
Allende, Nuevo León (ciudad a 45 mins. de Monterrey y lugar donde ahora radica un servidor) no escapa a estos conceptos de territorialidad. Sus pobladores han establecido a lo largo de su existencia una serie de reglas no escritas que se tienen que acatar sin excepción —aunque no formen parte de las leyes de gobierno—, pues se corre el riesgo, de no hacerlo, de ser rechazado socialmente (en el mejor de los casos) y ser visto con malos ojos ante la moral ya establecida. Esto es muy común en todo el mundo a pesar de estar en plena era de modernidad. Pero la realidad es que así son las cosas por aquí, y llama la atención la cercanía geográfica pero, irónicamente, una distancia ideológica con sus vecinos los regios, donde, estos últimos, han adquirido una forma de vida anárquica comparada con la del resto del norte… Es extraño, pero cierto.
Estas son, pues, algunas de esas reglas no escritas que nos encontraremos, invariablemente, entre los allendenses, y las presento aquí como si un patriarca de barbas blancas, botas y sombrero, las estuviera dictando desde la cima de una montaña:

1. Pasearás por las calles, con el volumen del estéreo a toda potencia, con música preferentemente norteña. No importa la hora, no importa el momento: Los bajos deberán retumbar los cristales de las casas por donde transita el automóvil; qué le hace que se despierte la gente, qué le hace que los vecinos necesiten seguir descansando. Deberá sentirse nuestra presencia, la gente deberá saber que pasamos por ahí.
2. Si eres muchacha deberás haberte casado antes de los veinte años: después de esa edad, pasarás a ser oficialmente una “quedada”.
3. Si eres alcalde o regidor, no permitirás que se establezcan cines, antros o salas de masaje, pues estos lugares de perdición podrían quebrantar la tranquilidad moral de nuestros ciudadanos.
4. Si tienes lana o eres narco, tu casa deberá rallar en lo ostentoso, tendrá habitaciones amplias, patios bien cuidados, con 2 o 3 autos de lujo estacionados en sus cocheras.
5. Los jóvenes deberán pasearse los fines de semana alrededor de la Parroquia de San Pedro Apóstol, dando vueltas y vueltas en sus coches (ver regla 1) hasta el infinito, y estará estrictamente prohibido bajarse a hacer plática con los demás chicos, que también estarán dando vueltas sin cesar.
6. Habrá uno o dos gimnasios, cuando mucho. Las mujeres que asistan a estos lugares del demonio (en caso de que sus maridos les den el debido permiso) deberán ser recatadas. Harán su rutina de manera silenciosa, sin intercambiar palabra con hombre alguno, y de atreverse a hacerlo, la plática no deberá sobrepasar los 2 minutos y sólo será para intercambiar datos muy prácticos, como el clima, o preguntar si ya ha desocupado tal aparato de ejercicio.
7. Deberás acelerar tu coche a más de cien por hora, aunque tengas que pararte en cada esquina para respetar el alto. De lo que se trata es de que tus llantas rechinen y se escuche el estruendo de tu motor hasta Santiago, pueblo vecino.
8. Los hombres deberán saludar a toda aquella persona que se cruce en su camino, sin discriminar color, posición o musculatura, pues el saludo permite establecer vínculos sociales con sus conciudadanos. De no responder el saludo la persona aludida, se sabrá entonces que es un forastero, el cual seguramente pretenderá, de una forma u otra, quebrantar el equilibrio establecido, pues más le valiera a esa persona acostumbrarse a estos oficios menesterosos, si no quiere morir de aburrimiento en el intento.