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Mostrando entradas de 2010

La ruta

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Cuántas historias no se viven en las centrales de camiones. En los trayectos. En las calles, mientras esperamos el autobús. Porque todos hemos viajado en autobús alguna vez. Todos. Incluso Borges, incluso el millonetas de Slim. Yo, particularmente, los he usado mucho. Demasiado. Pero cada persona tiene su propia historia que contar, de acuerdo a su visión, de acuerdo a la ventanilla que le tocó mirar mientras viajaba. El solo destino; es decir, la ciudad a donde uno se dirige, daría la tela suficiente para cortar varios ensayos, pero es necesario volver unos días atrás, cuando nos cruzó por la mente que queríamos o necesitábamos tomar esa ruta. Siempre que me encuentro en las terminales, me gusta ver el rostro de las personas, y trato de adivinar la razón por la que los tiene ahí. La mayoría de las veces veo caras sin expresión, rostros sombríos, quizá con el deseo guardado de no encontrarse en aquel sitio. Ahí no hay ricos ni pobres; bueno, sí los hay, pero a todos nos viene valiendo ...

Lo simbólico

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Estrechamos vínculos. Nos diluimos en las cosas. Queremos trascender nuestra esencia a través de lo real. Y para lograrlo, nos servimos de los símbolos: cuando queremos expresarle a alguien que estará aquí por el resto de la existencia, se lo decimos con un obsequio: un anillo de compromiso, una pulsera, un tatuaje. Y ese símbolo adquiere un valor casi sagrado para nosotros. Proyectamos en él un resumen de nuestra vida a su lado: Es, digámoslo en términos cosmológicos, la singularidad desnuda de una historia compartida. Los símbolos son una fuente importante de recuerdos. Con ellos tratamos de materializar lo que no se ve, lo que no se toca, pero que representa algo concreto. ¿Pero qué tan importantes pueden llegar a convertirse? ¿Habrá en este planeta una persona que no sienta apego por algo material, que le fue dado por alguien? ¿Se puede vivir dejando de lado todo lo que algún día ocupó un espacio en nuestros sitios? ¿Y cómo saber si no se ha cruzado la línea entre la nostalgia y la...

Un don

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Te encuentras confundido, mareado (más bien crudo), un domingo por la mañana, y tomas, como puedes, el control de la televisión. No hallas qué ver. No hay nada. Le estás cambie y cambie; cuando de pronto, irrumpe en la pantalla, un canal de música acá, loco, muy culto, de esos donde presentan a grandes intérpretes de la onda grupera, con escenas de telenovela, donde un gordito simpático de cabello largo saca a relucir un talento actoral insospechado, haciendo el papel de galán que sale en busca de su amada, una güerita despampanante, de las que bailan afuera de los oxxos. Todo esto sucede normalmente los domingos, cuando buscas algo qué ver en la televisión abierta porque no tienes cable. Sí, es una verdadera desgracia. Descubres lo que ya se sabe: que la música se ha banalizado terriblemente. Adentrándome en el mundillo de la composición, encuentro que existen dos clases de compositores: aquellos a los que les pagan por hacer una chamba musical; y los otros, los comprometidos con el a...

Lo que más importa en la vida

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Los seres humanos estamos cuestionándonos todo el tiempo. Llegamos a formularnos preguntas complejas, profundas o estúpidas, que suelen robarnos minutos preciosos que corren, se van y nunca volverán, hasta que encontramos una respuesta convincente, o de plano, nos quedamos todavía más confundidos de lo que estábamos. La vida está hecha de instantes, de experiencias, de recuerdos. Unos, los sucesos menos gratos, quisiéramos liquidarlos como cucarachas debajo de nuestros pieses , hacer como que nunca ocurrieron. Pero otros, los más afortunados, queremos hasta volver a repetirlos, de lo sublime que llegaron a ser para nosotros. ¿Pero cuáles son las cosas de la vida que realmente importan? ¿El dinero, la salud, la tecnología, los paseos, el conocimiento? Si la maestra del colegio nos encargara una tarea, hacer una pequeña lista con los acontecimientos que creemos son los más trascendentes en la vida, ¿cuáles serían? He aquí una rápida enumeración general de lo que yo considero importante, ...

Avalancha del crimen

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Supongo que todo comenzó así: Desde el comienzo de los tiempos hubo maldad. Desde la más primitiva, cuando un molusco le robaba el bocado a otro, hasta la más vil, cuando un hombre cruel con una quijada de burro asesinaba a su propio hermano. Así comenzó la avalancha del crimen, esa maldita violencia que ya nadie podrá detener. Sin un plan determinado, sin un guión, el crimen comenzó a fraguar una carrera muy redituable a la que todos, en distintas épocas de la historia, hemos ayudado a cristalizar. La maldad no existe, es cierto. Es un concepto propio del Hombre. Sin embargo, es real. Se expande como el universo. Engaña a los débiles, que quieren pasar por valientes, y a los cobardes: a ellos, los seduce con la idea de poder. Por eso no es raro ver a jóvenes involucrados en el crimen organizado, chiquillos sin idea de lo que están haciendo, sólo dejándose llevar por un instinto primitivo, el de querer sentirse con más poder, ser alguien en el ámbito donde se desenvuelven. ¿Y qué es el...

La Gran Paloma

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Nos gustaba tronar palomas en el barrio. Comprábamos de las grandes, de las de a veinte pesos, esas de papel y pólvora, triangulares, con la mecha (las tripas) saliéndosele de las entrañas. Las encendíamos y las poníamos debajo de un bote de tornachiles: Después de unos segundos de angustiante espera, tronaba pero bien hermoso. La explosión era terrible. Si alguno de nosotros se nos ocurría ir a asomarnos para ver por qué no había tronado (porque a veces sucedía que la mecha no agarraba) podía ser fatal. De hecho conocíamos la leyenda de aquel niño que había perdido su mano por el estallido de un cohete; por eso les teníamos respeto. Y esto viene precisamente al caso porque he tratado de imaginar qué tan terribles o violentas pueden ser las explosiones de mayor magnitud, como las supernovas, si las palomitas que tronábamos en la calle eran, ya de por sí, muy estruendosas. En esta difícil y compleja realidad, existen distintas clases de explosiones: Desde las más ligeras como las ceboll...

Inmortales

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No todo el mundo quiere presenciar el final de los tiempos. No todos quieren pasar la frontera de los cien años, hacerse rucos. Aunque hay algunos locos que sí. Pero para lograrlo, tendrán que apañar primero algunas maravillas tecnológicas dignas de ciencia ficción. Pero no cuentan con que, matemáticamente, es imposible vivir para siempre. De una u otra forma tenemos que morir. Sólo algunas cosas han permanecido desde que todo esto comenzó: algunos elementos químicos, la radiación de fondo, las leyes de la física. Pero todo lo demás, tarde o temprano cuelga los tenis. Chupa faros. Baila las calmadas. Ni siquiera la Tierra, nuestra madre, tendrá un final feliz. En algún punto colapsará. El propio Sol, cuando gaste su combustible, nos llevará a todos entre sus rayos y centellas. Entonces, ¿cómo suponer que la vida de un ser humano, no digamos ya la del Hombre, más bien la vida, a secas, puede durar para toda la eternidad? He escuchado en un documental de Discovery que en un futuro no muy...

Un sueño realizado

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Cuando a uno de chiquito le preguntan ¿qué quieres ser de grande?, de inmediato brincan las respuestas al cielo, como frijoles saltarines: “Bombero, doctor, abogado, astronauta”. Uno como padre (no soy padre, pero qué diablos) fomenta en los hijos esos sueños, haciendo todo lo que esté al alcance de la mano para apoyar las metas que inocentemente se han propuesto esos pequeños rufianes: Si quiere ser futbolista, se le van comprando balones, se le inscribe en la liga municipal de futbol; si va a ser maestro, se le enseña a hacer sumas y restas, a leer mucho; y si va a ser diputado, ya no es necesario enseñarle nada, ni siquiera a mentir ni a robar, eso solito lo va a aprender cuando crezca. Pero si el sueño de nuestra nena es ser una pornstar , ¿qué se puede hacer ante semejante revelación? ¿Qué se le inculca en estos casos? ¿Cómo lidiar con este dramón? Complicado, por supuesto. No es tan sencillo como hacerse los sordos, que al cabo al rato se le pasará. ¿Pero a qué sueños tenemos der...

Soy

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He llegado a los treinta. ¿Pero sé quién soy? ¿Qué soy? ¿De qué estoy hecho? ¿Cómo me compongo? ¿De qué materiales estoy fabricado, cuáles me conforman? ¿Cuál es mi estructura? ¿Soy una serie de átomos arrejuntados el uno sobre el otro o el espacio que hay entre ellos? ¿Soy huesos, soy carne? ¿Soy una serie de creencias arraigadas en el pensamiento o las que reprocho? ¿Soy mi cerebro o mi corazón? ¿Soy mi alma? ¿Soy lo que busco, lo que deseo, lo que sueño? ¿Soy el resultado de un encuentro amoroso? ¿Soy producto de una concepción? ¿Fui diseñado previamente? ¿Qué me define? ¿Soy todos mis yos? ¿Soy el espacio que ocupo o el hueco que dejo cuando me voy? ¿Cuál de todas mis máscaras es la que realmente me proyecta? ¿Soy informático, cantautor, escritor? ¿Soy mi profesión, lo que estudié, lo que trabajo? ¿Soy lo que he escrito, las canciones que he compuesto, los programas que he realizado? ¿Tengo una personalidad definida? ¿Soy mi pasado? ¿Soy las personas que he amado, las que me han am...

Tocado

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Hoy en día está de moda no creer. El nihilismo es lo de hoy. Si no eres ateo, corres el riesgo de no ser tomado en serio. ¿Pero creer significa ser un tonto? ¿La inteligencia lleva necesariamente al desconocimiento de lo divino? La inteligencia sola, sin un resquicio de humanidad, es frívola. Si a uno le quitaran todas las capas de su ser, como a una cebolla, ¿qué quedaría de nosotros? ¿Nuestra alma a qué se aferraría entonces? La búsqueda personal de Dios a veces toma los rumbos más extraños. Uno de esos caminos puede ser la religión. Otros, el futbol. Podemos atender a la historia de las religiones y adentrarnos en la tradición oral y escrita. Hallaremos entonces ciertas inconsistencias y una que otra verdad engañosa. Las pruebas que ahí se nos presentan son de dudosa calidad. El científico entonces refunfuñará: “necesito pruebas contundentes, tangibles, en donde cada persona en este planeta pueda reproducirlas sin lugar a controversia”, y tiene razón. Al científico le hubiera gustad...

La otra realidad

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Hay sueños encantadores. La vida va tomando sus propios cauces, aunque no sean naturales. Su materia prima es la realidad. Todo cuanto sucede es motivado, la mayoría de las veces, por causas incontrolables, ajenas a nosotros: la vida se abre paso por sí sola. Los sueños, sin embargo, tienen también una cierta dosis de realidad. Nos afectan. Nos conmueven. Nos provocan. Es cierto, no existen, nunca sucedieron, todo se desarrolla en la mente, pero cuán reales pueden llegar a convertirse si estos llevan una fuerte carga de emociones: A veces dejan más enseñanzas los sueños que la propia experiencia. ¿Pero se vale creérsela? ¿Es legítimo sentirlos, vivirlos, aunque no hayan sido más que reflejo de nuestras inquietudes? ¿Tenemos derecho a tomarlos en cuenta? ¡Sí! ¿Por qué no? Un sueño puede alimentar el espíritu. Una noche bien soñada puede reconfortarnos durante varios días. En los sueños a veces proyectamos nuestras fantasías. Todo aquello que no hemos llevado a cabo, pero que deseamos, p...

De dónde venimos y hacia dónde vamos

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Yo soy de México, por cierto. Cuando viajé al extranjero me di cuenta de lo siguiente: Los colombianos se sienten muy orgullosos de su patria. La sienten, la viven, la presumen. Los cubanos igual. No cambiarían su lugar de origen por nada del mundo mundial. Esta situación me puso a pensar en esta ocurrencia: ¿De dónde se es realmente? ¿Debemos sentirnos de un país, una región o una ciudad por el hecho de haber nacido ahí? Y si se siente uno perteneciente a un lugar determinado, ¿por qué ocurre? ¿Qué elementos influyen para tomar tal decisión? ¿Es una decisión o un sentir? Yo, por ejemplo, nací en Toluca. Pero mi nacimiento ahí fue meramente circunstancial. Mi padre en aquel entonces tuvo un empleo repentino en una empresa de motores. Mi mamá, en ese momento, ya estaba panzona de mí. Al poco tiempo llegué yo: Allá me tocó abrir los ojos por primera vez y presencié las bondades de la vida. Pero a los dos años regresamos a La Laguna. Pasé en la Comarca, por lo tanto, mi infancia, adolesce...

Los milagros

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Uno los espera todo el tiempo. Uno cree merecerlos, por el simple hecho de existir. Pensamos que somos únicos, especiales, y siempre estamos a la expectativa, pensando con convicción de que Dios o la Vida o los extraterrestres nos los deben conceder porque sí, porque somos buenísima onda con el prójimo; hasta hacemos alguna buena obra de vez en cuando, para que el milagro llegue con mayor justificación, y hasta le damos, en la primera oportunidad, seis, siete pesos al niño que se acerca con carita triste, pidiendo una ayuda porque no ha comido en todo el día. Pero los verdaderos milagros van más allá de nuestros mezquinos deseos terrenales. No se trata de hacer una buena obra para recibir un premio. La cosa no es ir de rodillas a la Basílica, mientras dos pobres vatos van poniendo cobijas delante nuestro, de manera alternada mientras vamos avanzando, para que la manda sea menos dolorosa; porque tampoco se trata de rasparnos las rodillas hasta que se descarapelen, hay que ser astutos pa...

Mirando las estrellas

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Escaparse por un fin de semana de la rutina del trabajo (y de la ciudad) es de por sí algo satisfactorio; ahora, hacerlo para asistir a una velada astronómica en las Termas de San Joaquín, ha sido una experiencia realmente enriquecedora. El Iván y yo agarramos nuestras chivas el sábado por la tarde y nos lanzamos a aquel paraje desértico que se encuentra un poco más allá de García, Nuevo León. Era la primera vez que asistíamos a un evento de esta naturaleza. Y quedamos encantados, la verdad. Decenas de personas llevaron sus telescopios y nos dejaron ver a través de ellos los tesoros que guarda el espacio: galaxias, cúmulos globulares, estrellas, planetas, nebulosas. El motivo de ese encuentro fue la preparación para el Maratón Messier 2011, ¿y qué rayos es eso? Pues es un concurso en el que se trata de localizar la mayor cantidad de objetos posibles, relacionados con el catálogo Messier, que es un estándar internacional para fichar los diferentes cuerpos celestes que se pueden ver desd...

Pulso maraquero

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De niño yo no quería ir a la escuela. Era tan feliz en el kínder: Pintar obras maestras con crayolas, subirme a la resbaladilla, cantar como ángel en la clase de música con mi abuelita. ¿Para qué fregados querían hacerme grande? ¿Qué necesidad? Le decía a mi mamá “no quiero entrar a la primaria, no voy a aprender nada, no voy a saber lo que me enseñe la maestra, todo será en vano”, y lloraba tan fuerte, tan fuerte, que fácilmente podían escucharme al otro lado de la ciudad; escandalizaba como loco para que el drama fuera insoportable al punto de convencer a cualquiera de que realmente lo que se pretendía hacer era una injusticia. Pero mi madre, experta en artimañas infantiles, no se lo tragó y me jaló todo el camino hasta el salón, para mi primer día de clases en la escuela José María Morelos. Pues ahí tienen que pasaron los primeros meses y no terminaba por adaptarme al nuevo sistema de aprendizaje. Extrañaba mi antigua vida de juegos. Era muy tímido. Y para colmo, los chavitos que te...

El matrimonio: lanzarse o darle la vuelta

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Qué tema tan espinoso. Lo mejor sería no molestarme en dar una opinión personal. Todo lo que sepa a moral, religión, filosofía, resultará controversial por donde se le quiera ver. Nadie tendrá una verdad absoluta. Pero en fin, ya me atreví. Ahora a terminar lo que empecé. Hace algunos años, cuando aún vivía en mi Comarca Lagunera, lancé inocentemente una hipótesis pesimista, acerca de los matrimonios del comienzo del siglo XXI: auguraba que los casamientos realizados después del año 2000 estaban condenados a no durar más de diez años, por el ritmo de vida que se había instalado con la modernidad, por la falta de compromiso a la que nos estábamos habituando y por las corrientes occidentales de lo efímero que se habían instalado ya en nuestros estilos de vida, así, tipo gabacho. Obviamente no era yo en aquel entonces (ni en este, ni nunca lo seré), una autoridad en el tema para establecer juicios sobre las relaciones interpersonales. Pero tristemente me he dado cuenta que la realidad act...

Caso para un detective con vocación

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Supongamos que usted es un detective reconocido de cierta corporación de justicia. Ha habido un asalto a un banco en la ciudad. Usted, un tipo sumamente capaz, ha dado con los probables responsables sin problemas: Los delincuentes se encuentran reunidos en un hotel del centro, con el botín de su robo, a punto de partir del estado y salirse con la suya. Ya los tiene plenamente identificados pero hay un problema, uno de ellos es un viejo conocido suyo al cual usted le debe un favor cuando eran jóvenes: en una redada, él lo ayudó a escapar de un pleito callejero en el que otros pandilleros estaban a punto de matarlo. Usted nunca saldó la deuda y ahora él se encuentra a su merced. Puede suceder una de dos situaciones: uno, que usted deje las cosas como están, permitiéndoles escapar y argumentar en su parte informativo que no se dio con los probables responsables del delito; o dos, que usted realmente tenga vocación, que los cerque y pida refuerzos para lograr su captura, no importando las ...

Jill Tarter y su deseo

Jill Tarter, del Instituto SETI, hace su deseo en los Premios TED 2009: acelerar la búsqueda de compañía cósmica. Usando un creciente número de radio telescopios, ella y su equipo escuchan esquemas que puedan ser señales de inteligencia en algún otro lugar del Universo. [Para ver subtítulos, presionar en "View subtitles" y después seleccionar "Spanish"]

El arte de observar el cielo

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Hace unos días, un astrónomo reconocido contestó una de las preguntas que desde hace semanas me estaba inquietando por las noches, cuando observaba un cielo curiosamente despejado, y era la siguiente: ¿Qué objetos celestes son los que vemos a simple vista? ¿Son estrellas de nuestra propia galaxia, o también se pueden ver, con los puros ojos, galaxias distantes, supernovas, nebulosas u otros objetos siderales en el Cosmos? Me respondió con suma tranquilidad: lo que vemos son estrellas de nuestra propia galaxia; pero si tenemos un instrumento más poderoso a nuestro alcance, como binoculares o un telescopio, entonces sí, podemos ver más allá de nuestro simple horizonte galáctico. Y así, quedé satisfecho con su respuesta. Y es que de un tiempo para acá he estado tratando de identificar las estrellas que veo por las noches; pero para alguien con poca experiencia como yo, en el arte de observar el cielo, no es una tarea nada sencilla. Se necesita paciencia, un cielo despejado y por lo menos,...

Colombia no sólo es Pablo Escobar

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Cuando iba a ir a Colombia, hace tres años, algunos amigos con profunda preocupación me preguntaban: “¿Por qué vas a ese país tan peligroso? Hay mucha violencia, te puede pasar algo.” Me lo decían en buen plan, sin pretender ser aguafiestas, por supuesto. Otros, los más alivianados, me decían: “Qué padre. Será un gran viaje, seguramente. Además hay viejas muy buenas por allá, según cuentan.” Quién lo iba a decir. Hoy en día, México está peor que Colombia en sus peores años de desmadre. No me da mucho orgullo decirlo. Nunca se había sentido tanto peligro en nuestras calles; tan real, tan palpable. La sentencia se revierte y hoy son los colombianos los que preguntarán lo mismo a sus amigos, si un día quisieran visitarnos, ¿para qué venir a este país de narcos? He de confesar sin embargo que en aquel entonces sí me dio un poco de miedo. No sabía realmente a lo que iba, era algo desconocido y me provocó ansiedad los días previos a mi partida. Pero créanme, todo temor desapareció por comple...

Niño perdido

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Hace unos días, mientras desempolvaba unos papeles que estaban guardados en una caja, me encontré con un pequeño tesoro: mi primer cuento. Un manuscrito con los primeros párrafos que salían de mi lápiz tembloroso. Me acuerdo que en aquel entonces, cuando lo escribí, tuve las mismas sensaciones que hoy en día todavía me sacuden: una sensación de hipnosis, de estremecimiento, un estado de trance que ocurre cuando uno echa a volar la imaginación. Este cuento salió de un sueño. Y cuando lo vi publicado en la revista Acequias, de la Ibero Laguna, hace quince años (¡no mames!) me morí de la emoción: fui y se lo presumí a mis padres, naturalmente. Estaba muy orgulloso de mi hazaña. Hoy lo presento con la misma emoción de entonces, porque ese primer cuento me hizo darme cuenta que me gustaba contar historias: Me adentró a ese fascinante mundo al que llamamos literatura. Que ustedes lo disfruten: Niño perdido. Me encuentro sentado, en el barrio sin gente, a la orilla de una banqueta; só...