miércoles, 3 de febrero de 2010

Colombia no sólo es Pablo Escobar





Cuando iba a ir a Colombia, hace tres años, algunos amigos con profunda preocupación me preguntaban: “¿Por qué vas a ese país tan peligroso? Hay mucha violencia, te puede pasar algo.” Me lo decían en buen plan, sin pretender ser aguafiestas, por supuesto. Otros, los más alivianados, me decían: “Qué padre. Será un gran viaje, seguramente. Además hay viejas muy buenas por allá, según cuentan.” Quién lo iba a decir. Hoy en día, México está peor que Colombia en sus peores años de desmadre. No me da mucho orgullo decirlo. Nunca se había sentido tanto peligro en nuestras calles; tan real, tan palpable. La sentencia se revierte y hoy son los colombianos los que preguntarán lo mismo a sus amigos, si un día quisieran visitarnos, ¿para qué venir a este país de narcos?

He de confesar sin embargo que en aquel entonces sí me dio un poco de miedo. No sabía realmente a lo que iba, era algo desconocido y me provocó ansiedad los días previos a mi partida. Pero créanme, todo temor desapareció por completo una vez que pisé tierras colombianas. ¿Por qué? Todo fue realmente asombroso. Y es que en este viaje tuve un aprendizaje muy importante: para conocer un país, una ciudad o un pueblo hay que hacerlo a través de su gente. Y yo descubrí Colombia a través de los ojos de una mujer increíble: Carmen Sinisterra.

Colombia no es sólo un buen café, cocaína o Pablo Escobar. No es las FARC. No es Uribe. Esta chica me transmitió la verdadera esencia de ese país donde se baila la cumbia y el vallenato. Y es que la pasión, el sabor de los colombianos, es tremenda. Se puede percibir de inmediato su frescura, pero también su calidez; no hay experiencia de vida, por desgarradora o sublime que parezca, que no haya pasado de manera total y descarnada por su espíritu. Es increíble la forma con la que te hablan sobre su historia, sobre los problemas sociales que aquejan a los lugareños. Me dio pena, lo confieso, ver cómo estos paisas viven los asuntos comunes. Ellos sí dialogan, se quejan cuando es necesario, lo abordan con valentía. Han luchado años y años contra el terrorismo, contra la delincuencia, contra el terrible y arquetípico narcotráfico colombiano, y no pocas veces les ha funcionado. Lo que el presidente Uribe se ha adjudicado de manera astuta, no ha sido más que la solución sistemática y consciente de sus mismos ciudadanos a través del tiempo: disminución gradual del crimen organizado (no existe la desaparición total, es utópico, por supuesto, pero al menos hay un avance palpable en las calles, lo que aquí está lejos de suceder, todos lo sabemos).

Me encontré con cosas deliciosas allá, no solamente sus mujeres (y sí, para los curiosos que quieran saberlo sus mujeres son impresionantemente bellas, las desgraciadas; digo desgraciadas por hermosas): Palmira, Cali y Buga fueron las ciudades que disfruté. En aquellos sitios, la mayoría de las personas se transportan en moto. Un dollar equivalía a algo así como 2600 pesos colombianos. Quizá les convenga un poco lo que hicimos los mexicanos en el año 1994, cuando el Presidente Zedillo le quitó tres dígitos a nuestra moneda; así, en lugar de tener 1000 pesos, contamos con 1 peso. La telefonía celular aún no estaba en su apogeo, y se podían ver en las tiendas del centro de Palmira negocios que rentaban teléfonos celulares. Así, podías encontrar en plena calle personas con un cinturón con varios celulares en renta. "¡Hay minutos... hay minutos!", gritaba una señora con un acento muy peculiar, ofreciéndote un minuto de tiempo aire para que hablaras a donde quisieras… tantos buenos recuerdos, que no puedo ir enumerándolos en un artículo pequeño. Pero lo resumo así: ¡Qué bacano es estar en Colombia!

Fue tanta la trascendencia que tuvo ese país sudamericano, y Mary, por supuesto, que hoy en día estoy por terminar una novela que tiene, entre otros, algunos personajes colombianos. Un sueño para mí será, definitivamente (una vez que la concluya), ir a presentarla a aquel lugar fascinante, y volver… Es un sueño solamente. Pero ojalá algún día se haga realidad.

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