martes, 1 de diciembre de 2009

Teatro Nazas Unplugged











Se había creado una ansiedad terrible, lo confieso. Y es que no era para menos: cantar en un teatro, delante de cientos de personas, no frieguen, sí da miedo. Pero bueno, se suponía que esto ya lo había hecho muchísimas veces, pero la verdad es que después de casi dos mil años (un poquito menos) mi capacidad de control y soltura arriba de los escenarios ya se estaba oxidando un poco.
Esta aventura comenzó a principios de noviembre, cuando recibí la llamada de Cuty Martínez invitándome a participar en el 2º Encuentro de Cantautores de la Laguna. Yo estaba visiblemente emocionado y le comuniqué la noticia al buen Iván, le dije que fuera afinando su sax porque lo quería al cabrón en mi presentación, tocando esa rolita que ya habíamos ensayado de manera relajada. “Ahora va en serio, mi buen, ¡vamos a tocar en la grande!”, le dije para que se fuera preparando. “Cuenta conmigo, mi hermano”, me respondió y con esto quedó sellado una especie de compromiso de honor, como dos soldados que están por salir al campo de batalla y saben que pueden morir en el cumplimiento de su deber. O como dos vatos que están por ir al antro y saben que deberán escoger a las mejores carnes disponibles, como normalmente hemos hecho cuando salimos. Total, que ahí quedó la cosa. Hacemos planes para salir el sábado, Berenice se unió al clan y allá vamos, encomendados por la mano del Señor.
Ya íbamos tarde. Nos fuimos directo a los ensayos, nos recibió Cuty, muy amable como siempre, y sin más preámbulo probamos el sonido de nuestros instrumentos. Una sola prueba, con eso tuvimos. Nos retachamos a casa para darnos un toque final (no de mota), repartimos los pases a mi familia, nos pusimos guapos y salimos rumbo al teatro, al encuentro con el destino. Nos programaron para tocar de los últimos. Esa era bueno, aunque tenía también su arma de doble filo: la ansiedad se vuelve todavía más insoportable. Recuerdo que iban pasando los cantautores, uno a uno, como al paredón, y a nosotros en los camerinos, nos temblaban las manos. “A ver, cabrón, ya, que salga chida, ensayemos otra vez”, y lo practicamos una vez más. Todo bien. Finalmente, se abre la puerta, se asoma la cabeza de Cuty y declara: “Después de ésta siguen ustedes”. E-N L-A M-A-D-R-E… ahí vamos, caminando hacia el escenario, con las patas temblorosas, como cuando acaba de nacer un venadito e intenta dar sus primeros pasos: Afuera, reina la oscuridad. Conecto la guitarra, nos preparamos, doy un profundo suspiro, se encienden las luces sobre nosotros, miramos al público, sonreímos, digo unas palabras de agradecimiento, ellos aplauden y después el silencio profundo, penetrante, abrumador otra vez. Suenan los primeros arpegios. El sax lo acompaña, la melodía fluye de manera natural; el recinto, la acústica, el silencio, hacen que esas notas vuelen como golondrinas, dan círculos, se introducen en los oídos de la gente, la guitarra intenta hipnotizarlos a todos y parece lograrlo. Después, el tempo va in crescendo, la tensión lograda es como una cuerda que se estira al máximo, como una liga a punto de reventarse, observo a los extraños mientras canto, no quiero que la letra se me olvide, a veces uno se concentra en intentar no equivocarse pero sé de antemano que no hay que hacerlo, hay que dejar que los sentidos, los instintos hagan el trabajo ellos solos, no es una chamba de la razón. Ha llegado el clímax: Al final, suenan las palabras cursis y melancólicas de mi canción (rubor en mis mejillas): “Sé que no podrás salir del laberinto de emociones que hay en mí”, los aplausos estallan, abrimos los ojos y nos damos cuenta que lo hemos hecho, hemos cumplido la misión, no fuimos alcanzados por las ráfagas del enemigo, al contrario, lo pasamos de nuestro bando, me doy cuenta que he vivido la mejor experiencia en cuanto a música se refiere, y le doy gracias a Iván al salir, y nos abrazamos y gritamos de la emoción. Qué genial se siente hacer algo honesto. Qué dicha poder hacerlo con un gran amigo, esta aventura nos ha unido más que nunca. Al salir del teatro, mis papás y mi abuelita me comen a besos y yo me dejo consentir por todos. Mis hermanos me dan abrazos fuertísimos, nos tomamos fotos y nos quedamos con ese buen sabor de boca del deber cumplido.

Esa noche, después de haber liberado toneladas de adrenalina, seguimos la parranda los tres. Al lunes siguiente, nos despedimos de mis padres, agradeciendo su infinita hospitalidad, y volvimos a casa... Hoy tuve un gran día. Hoy me encontré conmigo mismo. Hoy me encontré con mi amada otra vez.