lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Estamos realmente solos?


Siempre me ha fascinado el tema de la astronomía. Ha sido parte de mí desde los 5 años cuando, una tarde, en el corral (así le llaman en mi barrio al patio), me acosté en la tierra y empecé a contemplar por primera vez el cielo: Veía cómo cruzaban las nubes despacito, como sin prisa por llegar a ningún lado, y tomaban formas extrañas; yo las señalaba con el dedo índice y me explicaba a mí mismo las formas posibles que iban agarrando. Pero de súbito, esas imágenes dejaron de llamar mi atención cuando apareció la primera estrella en el firmamento. Ese extraño objeto brillante sólo lo conocía en los cuadernos del preescolar porque la maestra lo dibujaba con la conocida figura con picos (el típico símbolo que ahora vemos en la punta del árbol de Navidad); pero ésta que estaba encima de mí, la que me produjo asombro, era la real y distaba mucho de parecerse a la que nos contaba la educadora. Ahí fue cuando mi conciencia empezó a despertar a una realidad totalmente distinta. Veía cómo la bóveda celeste iba caminando muy sutilmente y ese movimiento me provocó vértigo: ¡sentí el movimiento de la Tierra por primera vez! Traté de levantarme pero me marée. Fue una revelación para mí. Y me dio mucho miedo... Años después supe que las estrellas eran en realidad soles, como el nuestro, y que su temperatura es lo suficientemente caliente como para freir en pocos segundos a Superman, si este se atreviera a arrimarse aunque fuera a pocos kilómetros de distancia.

Ya en la preparatoria, el tema del Cosmos me abordó por segunda ocasión. Descubrí a Einstein por un texto que mi papá me proporcionó. Ahí se desarrollaba con un lenguaje sencillo y claro las teorías que el científico alemán, emblema del siglo XX, había creado para explicar la enorme maquinaria que mueve los sutiles engranes del Universo. Después llegó la universidad y Carl Sagan y Stephen Hawking y lo demás es historia. Lo que somos, lo que sabemos (que es nada), realmente es sólo una microscópica parte de lo que en verdad hay detrás de todo lo que vemos.
Con el tema de la astronomía es inevitable que surja el tema de Dios también. Y es que, ¿cómo apartarlos el uno del otro? ¿Cómo no sentirse alcanzados cuando descubre uno las dimensiones inimaginables entre las galaxias? El encuentro con el Universo lleva invariablemente a plantearlos de dónde diablos venimos y hacia dónde pretendemos dirigimos. La teoría más aceptada mundialmente sobre el origen del todo es la Gran Explosión. Antes de ese suceso no existía, literalmente, nada. La materia era un punto de densidad infinita, que en un momento dado "explotó" generando la expansión de las partículas en todas las direcciones, creando lo que conocemos ahora como galaxias, estrellas y planetas. Nosotros tuvimos la suerte de habitar un punto azul (extraño y bello a la vez) perdido en un rincón del espacio. Su distancia media con su sol propiacia las condiciones necesarias para que surja, de manera espontánea, casi milagrosa, la vida. Si hubiéramos estado un poco más cerca o un poco más lejos de ese sol, las cosas habrían sido de otro modo totalmente distinto. Imaginen, para que quede más claro, que estamos en medio de Alaska, en unos insoportables cuarenta grados bajo cero. Lo único que nos salvaría en un caso así sería tener prendida una fogata todo el tiempo y acercanos a ella para calentarnos las manos y las nalguitas de vez en cuando. Ni muy cerca como para quemarnos, ni muy lejos para no congelarnos en ese interminable desierto congelado. Los demás planetas no tuvieron la misma suerte que la nuestra, por eso Venus ahora se retuerce en un constante huracán de ácido sulfúrico y Marte todos los días tiene que taparse bien con su cobertor para no morirse de frío.

¿Pero qué hay más allá de este apartado espacio, de esta confortable covachita a la que llamamos galaxia? ¿Realmente estamos solos? ¿Es posible que sólo la casualidad y el azar hayan sido los responsables de que esta maravilla a la que llamamos vida, haya brotado sin otro propósito más sublime que el sólo y simple hecho de existir? ¿Acaso el Universo sólo tiene cabida para unos seres medianamente inteligentes como nosotros? No. Definitivamente no puede ser así. Estoy convencido que a nuestra generación o la siguiente (espero no morir sin haberlo sabido de primera mano) sabremos que alguien allá a lo lejos nos manda lucecitas y señales de radio; que otros seres con iPods y messengers telepáticos de séptima generación están haciéndose no ésta, sino otra pregunta todavía más viable, y que están seguros algún día podrán resolver antes de autoaniquilarse: ¿Cuándo encontraremos a seres de otras galaxias lo suficientemente interesantes para entablar comunicación con ellos?

El vecindario galáctico aún reclama su puesto principal, dentro de la gran asociación de colonias y departamentos siderales unidos: el de presidente de barrio espacial.