jueves, 3 de diciembre de 2009

Reflexiones de un arquitecto


¿Cómo va descubriendo uno a los amigos en el camino? ¿Éstos simplemente llegan? ¿Uno los busca? ¿Aparecen, como la combustión humana espontánea, de manera misteriosa? No lo sé. Pero de algo sí estoy muy seguro: cuando están presentes en nuestra vida, hay que valorarlos y darles el afecto que uno siente por ellos sin reserva. Este vato que les voy a presentar a continuación (y que por cierto tocó conmigo apenas hace una semana en Torreón) es un chingonazo.
Nos conocimos hace un año y medio. Los dos veníamos de latitudes totalmente distintas, pero resultó que coincidimos en este trabajo (cosas de la vida), en esta ciudad alejada de la mano de Dios. Desde el primer momento, nos dimos cuenta de que congeniábamos de manera sensacional. Él llegó primero, y, cuando recién aterricé en este lugar nuevo, con gente extraña, desconocida, él generosamente se ofreció a darme alojamiento por unos días: Así, desde nuestras primeras pláticas, quedó firmada nuestra amistad.
Hemos vivido miles de aventuras juntos: nos hemos emborrachado, hemos visitado hasta el cansancio antros, bares de mala muerte, teibols dans; hemos viajado a lugares desconocidos, hemos tenido pláticas interesantísimas y también nos ha tocado compartir recuerdos poco agradables. De eso se alimenta una amistad, de la sinceridad, de la generosidad al compartir lo que somos y lo que pensamos. Nos hemos apoyado en todo momento. En nuestra condición de forasteros, nuestras soledades han sido fregonamente enriquecidas.
El hombre del que les hablo se llama Iván Arturo Montaño Ceceña. Nacido en la esquizofrénica Ciudad de México en 1982, y crecido como coyoacanense, empieza sus estudios musicales a los 5 años en el instituto Yamaha. A los 13 años empieza a radicar en Xalapa, Veracruz, donde cursa 4 semestres de la facultad de música de la universidad veracruzana, en la carrera de saxofón; posteriormente concluye la carrera de arquitectura en la U.V. y la maestría en diseño arquitectónico y bioclimatismo en la U.C.C.
Apasionado por el vino, el jazz y la arquitectura, actualmente radica en esta ciudad en donde escribo, Allende, Nuevo León, donde desempeña labores profesionales relacionadas al diseño y la arquitectura.
Hace poco me sorprendí al leer unos textos de su propia manufactura, y me parecieron tan interesantes que le propuse que los compartiera con la demás banda y generosamente accedió a postearlos en este su humilde blog. Van, pues, las siguientes reflexiones de un arquitecto. Gracias por todo, mi buen, y ¡salud por nuestra chingonsísima amistad!:

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Dimensiona el aire,
materializa el sonido,
estructura las sensaciones,
estruje tu pensamiento,
colorea la función,
acota tus debilidades
y anula la escala de tus virtudes.
Deja que el corazón sea el patrocinador
de tu mano al trazar
y que tu razón sea el cliente a impresionar
y el resultado será:
Arquitectura.

Qué bello sería que pudiéramos lavar nuestra alma con las olas del océano, tener la sabiduría de concebir ideas complejas y explicarlas con palabras simples.

A veces los momentos de soledad pueden hacer bajar un telón negro sobre un día soleado, pueden hacer perder tu mirada en horizontes sin puntos de fuga, pueden tergiversar la realidad y crear espejismos, puede oscurecer el camino y entorpecer el paso.
Es entonces cuando hay que bajar el ego, respirar profundo, concentrarse y ver que la meta es trascendental, y la soledad se mueve sobre una red de finos hilos en nuestra vida y que somos nosotros, y no ella, quienes decidimos, o no, atraparla. Sabiendo esto será más fácil que la soledad pase de largo y la disfrutemos, y que no se queda y se convierta en desolación.

El tiempo no elige lo que se lleva, nosotros decidimos lo que se queda.