viernes, 28 de mayo de 2010

Soy


He llegado a los treinta. ¿Pero sé quién soy?

¿Qué soy? ¿De qué estoy hecho? ¿Cómo me compongo? ¿De qué materiales estoy fabricado, cuáles me conforman? ¿Cuál es mi estructura? ¿Soy una serie de átomos arrejuntados el uno sobre el otro o el espacio que hay entre ellos? ¿Soy huesos, soy carne? ¿Soy una serie de creencias arraigadas en el pensamiento o las que reprocho? ¿Soy mi cerebro o mi corazón? ¿Soy mi alma? ¿Soy lo que busco, lo que deseo, lo que sueño?

¿Soy el resultado de un encuentro amoroso? ¿Soy producto de una concepción? ¿Fui diseñado previamente? ¿Qué me define? ¿Soy todos mis yos? ¿Soy el espacio que ocupo o el hueco que dejo cuando me voy? ¿Cuál de todas mis máscaras es la que realmente me proyecta? ¿Soy informático, cantautor, escritor? ¿Soy mi profesión, lo que estudié, lo que trabajo? ¿Soy lo que he escrito, las canciones que he compuesto, los programas que he realizado? ¿Tengo una personalidad definida? ¿Soy mi pasado? ¿Soy las personas que he amado, las que me han amado? ¿Soy mi presente? ¿Lo que tengo ahora? ¿Soy lo que poseo? ¿Las cosas materiales, los bienes? ¿Soy lo que he abandonado, lo que he dejado en el camino? ¿Cuál es mi esencia? ¿Soy lo que hablo, lo que insinúo, lo que callo? ¿Soy los secretos que he guardado? ¿Soy lo que acumulo? ¿Lo que toco? ¿Soy este cuerpo, este rostro, esta piel? ¿Soy lo que veo en el espejo o lo que otros ven en mí?

¿Soy la sombra que dibujo en el suelo? ¿El aire que me atraviesa, el agua que fluye dentro de mí? ¿Soy el torrente violento que se amontona en mis venas, esta sangre enfurecida? ¿Lo que respiro? ¿Soy mis desechos? ¿Los partidos de fútbol que he jugado, las horas que paso en el gimnasio, frente al televisor, en Internet? ¿Soy el futuro, lo que intento construir, lo que visualizo para mí? ¿Me reconozco en las personas que conviven conmigo, en mis amigos? ¿Descubro mi silueta en mi casa, en los pasillos que recorro? ¿Soy las ciudades en las que he vivido, las que he visitado, en las que he dejado mis huellas? ¿Soy los besos que he dado, la pasión que he tatuado en otros cuerpos? ¿Soy mis espermas? ¿Los hijos que procrearé? ¿La mujer que poseeré? ¿Soy las vidas que he vivido, las reencarnaciones que he tenido, los círculos que no he podido cerrar? ¿Soy el sufrimiento que me ha desgarrado? ¿Soy un sueño, una ilusión? ¿Soy una realidad, una bella mentira, una irrefutable verdad? ¿Soy vida? ¿Quién soy?

Sé quién soy. Hoy más que nunca lo sé: Soy todo esto.

Soy. Eso me hace muy feliz.

Foto: Crisstina Carrillo. http://cristina-carrillo.blogspot.com/

martes, 11 de mayo de 2010

Tocado


Hoy en día está de moda no creer.

El nihilismo es lo de hoy. Si no eres ateo, corres el riesgo de no ser tomado en serio. ¿Pero creer significa ser un tonto? ¿La inteligencia lleva necesariamente al desconocimiento de lo divino? La inteligencia sola, sin un resquicio de humanidad, es frívola.

Si a uno le quitaran todas las capas de su ser, como a una cebolla, ¿qué quedaría de nosotros? ¿Nuestra alma a qué se aferraría entonces?

La búsqueda personal de Dios a veces toma los rumbos más extraños. Uno de esos caminos puede ser la religión. Otros, el futbol. Podemos atender a la historia de las religiones y adentrarnos en la tradición oral y escrita. Hallaremos entonces ciertas inconsistencias y una que otra verdad engañosa. Las pruebas que ahí se nos presentan son de dudosa calidad. El científico entonces refunfuñará: “necesito pruebas contundentes, tangibles, en donde cada persona en este planeta pueda reproducirlas sin lugar a controversia”, y tiene razón. Al científico le hubiera gustado que el mensaje de Dios fuera irrevocable, como las leyes físicas que aplican a todo el Universo visible, donde hasta los extraterrestres están sujetos a ellas. Que ese mensaje de Dios no estuviera cifrado y que no le perteneciera sólo a una época concreta del Hombre, sino que fuera infinita, que se pudiera medir inclusive con las matemáticas, esas desgraciadas visionarias.
Pero si el Universo fuera autosuficiente, si la realidad estuviera finamente estructurada por el azar; si el Todo que ahora vemos realmente hubiera sido producto de la colisión azarosa de los átomos, sin un fin determinado, ¡esto verdaderamente estaría loquísimo! La casualidad entonces resultaría también extrañamente perversa. La cuestionaríamos. Sería sujeta de sospecha. Porque, ¿cómo es posible que entonces surgiera la vida en la Tierra? ¿Cómo es que una serie de acontecimientos paulatinos, progresivos, sutiles, produjeron máquinas pensantes como el ser humano?

Mi búsqueda personal de Dios ha sido un continuo vaivén. He pasado de ser creyente a ateo, y de ateo a agnóstico. Y viceversa. Nunca he estado conforme. Hay veces que realmente me he clavado en la cuestión y mi búsqueda ha sido obsesiva. Otras veces me olvido del tema y me dejo llevar por el arrollo pacífico de los acontecimientos. Creo que mi postura actual es ser agnóstico. ¿Pero un agnóstico es en realidad un ateo sin el coraje de sus convicciones? Quizá. Lo que sí puedo decir con seguridad es que esta búsqueda no ha terminado. Ha sido exhaustiva y profundamente personal. Me ha traído momentos intensos, sublimes, inquietantes. Una vez tuve una especie de alucinación. O de revelación, quién sabe:

Hace ya muchos años me encontraba en medio de una noche triste (acababa de terminar una relación de años), en mi habitación, desconcertado, cuestionándome lo que creía y lo que pensaba, y no encontraba una respuesta clara para aliviar esa sensación de angustia. Y Lloré. Me sentí abatido. Solo. Sentí un huracán de emociones agolpándose en mis puños: La vida se me presentaba delante de mí y yo no podía descifrarla. No podía más… De pronto, sentí algo cálido. Como un abrazo. Y una voz que decía: “No estás solo”. Fue algo increíble. La verdad es que no me importa convencer a nadie. Me da flojera explicarles. Tampoco quiero ahondar en tratar de saber si fue real o no. Simplemente ocurrió.

Pero me dejó un alivio y una sonrisa. Y todavía así, en aquel momento glorioso, en medio todavía de la confusión, tuve el buen humor de preguntarme con sarcasmo: “Salvador, ¿has sido tocado o ya estás tocado?”.

lunes, 3 de mayo de 2010

La otra realidad


Hay sueños encantadores.

La vida va tomando sus propios cauces, aunque no sean naturales. Su materia prima es la realidad. Todo cuanto sucede es motivado, la mayoría de las veces, por causas incontrolables, ajenas a nosotros: la vida se abre paso por sí sola.

Los sueños, sin embargo, tienen también una cierta dosis de realidad. Nos afectan. Nos conmueven. Nos provocan. Es cierto, no existen, nunca sucedieron, todo se desarrolla en la mente, pero cuán reales pueden llegar a convertirse si estos llevan una fuerte carga de emociones: A veces dejan más enseñanzas los sueños que la propia experiencia. ¿Pero se vale creérsela? ¿Es legítimo sentirlos, vivirlos, aunque no hayan sido más que reflejo de nuestras inquietudes? ¿Tenemos derecho a tomarlos en cuenta? ¡Sí! ¿Por qué no?

Un sueño puede alimentar el espíritu. Una noche bien soñada puede reconfortarnos durante varios días. En los sueños a veces proyectamos nuestras fantasías. Todo aquello que no hemos llevado a cabo, pero que deseamos, podemos realizarlo ahí, en la otra realidad. No siempre podemos controlar lo que soñamos, pero esos deseos reprimidos surgen cuando menos lo imaginamos. El inconciente nunca olvida. Es como la mafia.

Hay sueños que me han devuelto la sonrisa perdida. Se instala en mi alma un sentimiento reparador, profundo. Pero basta de teoría y pongamos un ejemplo.

Hace unos días me soñé en medio de un paisaje fantástico: era un valle arbolado, con hojas secas en el camino, una vieja casa a un costado y una chica en un columpio. Era una escena inquietante, sensual, perturbadora. Esa chica era desconocida para mí, al principio. Y era hermosa. Cuando me acerqué resultó ser una cantautora española a la que yo admiro. Llevaba su guitarra. Componía una canción. Cuando me vio me invitó a acercarme. Fue muy cálida su atención. Conversamos, compartimos experiencias, cantamos. Después de unas “horas” nos despedimos con un fuerte abrazo y yo regresé a casa, a México, porque todo ocurrió en España, al menos eso creí. Sin terminar el sueño, pasó un día, y para mi sorpresa, la cantautora me habló por teléfono para saludarme y decirme que había pasado un gran momento conmigo. Y ahí terminó mi sueño. Obviamente desperté emocionado. Ella me obsequió su tiempo de una manera desinteresada, pasó un momento agradable conmigo y yo lo disfruté. Pero sólo fue un sueño, un rico sueño. A esto es a lo que me refería.

Nada sustituirá lo real maravilloso: ver la sonrisa de un niño en la calle, escuchar el canto de las golondrinas por la madrugada, contemplar un atardecer en otoño, dar el beso de buenas noches a nuestros hijos antes de ir a acostarse, ver a tu madre tejiendo en su mecedora. Pero para ser felices (la felicidad es una decisión, es una actitud, son instantes, todo lo anterior revuelto) hay que agarrarse de todo lo que nos ayude a sentirlo. Incluso de los sueños, aunque éstos nunca hayan ocurrido.

Porque en realidad sí ocurren: nos han atravesado, como una brisa que se puede sentir pero no tocar.