viernes, 8 de enero de 2010

La Habana, entre el derrumbe y el renacimiento





Después de esta experiencia apasionante de mi estadía en La Habana (hace dos años), he pensado lo siguiente: que los viajes se componen, invariablemente, de dos sustancias: uno, la sabia dulce de lo vivido, mientras lo estás experimentando, y dos, el sabor delicioso cuando llegas a casa y lo asimilas todo. Y es que el viaje no termina cuando el avión, el autobús o el coche te dejan en las puertas de tu ciudad; no, apenas es la mitad de la experiencia completa, pues cuando estás en la soledad de tu habitación, van llegando las vivencias y se van enriqueciendo mientras las vamos recordando; se van haciendo más claras para uno.

Eso es lo que me sucedió tres semanas después de lo que fue un "paseo" impresionante a la inquietante ciudad de La Habana, Cuba. Mágica, derruida, poderosa, incomprensible y a la vez tan tuya... es inevitable pasear por sus calles y no sentirse hipnotizado por sus costumbres, por su gente, por el modo en el que viven y piensan; en el que sobreviven.

Me hospedé en una casa en el centro de La Habana pues no quise tomar un paquete que, por supuesto, hubiera sido sólo un paseo turístico poco interesante; mejor aún, preferí quedarme en un hogar donde pudiera platicar con la gente, escuchar su música, conocer realmente su forma de vida. Así pues, doña Lurdes me recibió con gran gusto en su casa y puedo decir, sin temor a equivocarme, que me atendió como parte de su familia. Hicimos gran amistad pues los cubanos son muy amables. Tuve la buena fortuna que Michel, el compañero sentimental de Lurdes, me llevó a recorrer toda La Habana, de no ser así, pienso, me hubiera perdido de muy buenas cosas con mis caminatas perdidas por el centro. Es cierto, La Habana se va volviendo cada vez más vieja, los autos son de los años 40, 50, y los pocos nuevos coches que existen son Peugeot. Es muy difícil transportarse de un sitio a otro y más si se quiere viajar al interior del país. Así, "las máquinas", que son taxis colectivos (tienes que esperar a que el coche se llene con 6 o 7 personas más), te llevan a lugares como Vedado, Miramar, Marianao, La Luisa, municipios pertenecientes a La Habana. Las "guaguas" son autobuses de doble cabina en los que no se puede ni respirar de lo llenos que van, además del calor insoportable que ahí se vive. También hay triciclos que te llevan a lugares cercanos dentro del mismo centro. De inmediato se siente la seguridad en las calles; pero aquí surge una disyuntiva: por un lado, casi no hay robos, hay pocos hechos violentos por lo mismo, por la extrema seguridad por parte de la policía en las calles; pero de igual manera, este cuerpo policiaco tiene muy vigilados a los cubanos.

Existe una clase de vigilantes del gobierno que se denominan CDR, asignados en cada barrio o cuadra y que son los que se encargan de mantener al tanto a la policía de probables brotes de inconformidad contra el gobierno de Fidel. Su religión es igualmente impresionante: para la mayoría de los países latinoamericanos, en los que es comúnmente aceptada la religión católica, resulta impactante ver los rituales sincréticos a los que está asociada su creencia, primordialmente la santería afrocubana. Para llegar a ser santo se tiene que llevar a cabo una serie de rituales (con sacrificio de animales y limpias) para que la persona encuentre el camino a la iluminación. Las personas que realizan tales ritos pueden llegar a cobrar a los extranjeros hasta $15,000 CUC, de ahí que haya gente que piense que esto de la santería para algunos resulte un atractivo negocio y forma de vida. Afortunadamente, me tocó época de carnaval en el malecón, y según me dijeron, esta festividad tenía ya algunos años sin realizarse. El carnaval es, creo yo, la síntesis del alma fiestera y de vigor puramente cubanos: Ríos de gente por las calles, se vive el exceso, se ríe, se canta y baila al son de las carrozas que pasan por en medio de la avenida.

Hay cervezas por todas partes, comida, diversión. La gente va vestida con sus mejores prendas, pero también hay personas que prefieren quitarse las camisetas porque el calor es infernal. Los habaneros tienen un olor muy particular, debido quizá a la proximidad del mar. Yo terminé impregnándome de su olor, de esa esencia tan característica de la piel de los lugareños, en su mayoría gente mulata. Tanto hombres como mujeres lucen cuerpos bien formados, moldeados así de manera natural. Al término del carnaval, la gente está al borde del exceso y la emoción, y al paso del último carruaje, la multitud se desborda de la pasión, la policía en este momento ya no puede contener a las masas y rompen las vallas de contención. Hay algunos ligeros enfrentamientos pero no pasan a mayores. Después, las calles empiezan a despejarse y todo mundo vuelve a casa, a seguir la fiesta.

La playa más cercana era "Guanabo", así que nos enfilamos mi amigo Michel y yo hacia allá. Una máquina nos llevó por sólo $20 pesos m.n. Si bien es cierto que los turistas debemos usar sólo CUC, tuve la fortuna de pasar como un cubano cualquiera, por el color de mi piel morena y mi semblante propiamente latinoamericano, así que me resultó conveniente cargar también con pesos de moneda nacional. La playa luce repleta, miles de personas congregadas a lo largo de la costa: mujeres espectaculares con trajes de baño. Yo me sumerjo toda la tarde en el agua que está deliciosa, y mi piel se quema, inevitablemente, pues no he cargado con bloqueador solar: ¡de esta manera, parezco más cubano que nunca! Al día siguiente nos dirigimos a Miramar, a visitar a Fidel y Haydee, unos amigos de conocidos míos que vinieron en épocas pasadas. Son dos personas creyentes de la santería. Me hablan acerca de sus costumbres, ella es de un santo y él de otro.

Changó, Yembayá, Ochún, nombres comunes cuando se habla de estas costumbres religiosas. Cada uno exige determinada conducta y obediencia. Algunas personas pertenecientes a algún santo no pueden estar con las de otro. Durante determinado tiempo no pueden meterse a una piscina, no pueden "tirarse" fotos; pero eso sí, son muy efectivos, dice Haydee. Desde la salud, trabajo y hasta el amor. A ella le ha ayudado mucho desde que se hizo santa y asegura tener comprobaciones de tal efectividadHablamos de algunos problemas que existen en Cuba. Fidel (mi amigo, no el dueño de Cuba) no se explica por qué los turistas quedan encantados con la Isla. "Ellos", dice Fidel, "aseguran que cuba es muy bonita, muy linda. Pero lo dicen porque las personas encargadas del turismo llevan a las personas a los lugares más presentables. Pero ya quiero verlos en la Cuba real, la que habitamos nosotros, la Habana Vieja, los alrededores y más allá, casas realmente pobres." Y coincido con su punto de vista.

Me ha tocado ver casas derrumbándose, sin fachadas ostentosas. Gente que no tiene más para vivir con lujos, donde los trabajos apenas dan para vivir, con una paga de $480 pesos moneda nacional. Por eso la gente tiene que buscar medios alternativos para completar, una de ellas, entre muchas otras, la prostitución. Fidel asegura que el gobierno trata mejor al turista que al propio cubano. Hay sitios donde el turista puede entrar y el lugareño no, como en ciertos hoteles; los vigilan mucho, "como si fueran delincuentes", me dice. Como se sabe, ellos no pueden salir de Cuba. A menos que se casen con un extranjero, y hasta hace poco, mediante una carta invitación; pero según me dicen, ésta última ya no les es aceptada, en la mayoría de los casos. "Mucha gente", continua diciendo Fidel, "está inconforme con el socialismo. Pero otra tanta lo apoya porque muchos han sido favorecidos por este sistema de gobierno. Es una red donde algunos pocos les va bien y prefieren que todo siga igual. Fidel Castro hace tiempo que no ha aparecido públicamente y quizá ya hasta esté muerto.

No se sabe qué es lo que va a suceder. Se pueden ver por las calles carteles alusivos a la Revolución Cubana, frases del Ché, de Martí. Pero la realidad es que no sabemos bien a bien qué es lo que va a pasar cuando muera Fidel." Después de esta rica plática regresamos a casa, Michel y yo, ya que por la noche nos espera una fiesta, pues me han enseñado a preparar el mojito cubano, que me ha fascinado, y a preparar también unos tostones, mientras bailamos reguetón, el baile más popular entre los jóvenes cubanos.

He visitado bellos lugares, como Casablanca, donde hay una escultura gigante de Cristo. En mi ciudad, Torreón, tenemos uno muy parecido, y le llamamos Cristo de las Noas. He ido también al panteón Colón, que es uno de los más bellos en el mundo. Llegué ahí mismo en Vedado a la Casa de las Américas, importante centro cultural que exhibía en ese momento cuadros de un concurso realizado en meses pasados, con pinturas provenientes de toda Latinoamérica. Visité también, en Miramar, el Parque Acuático Nacional, que tiene espectáculo de delfines muy sorprendente. Hay importantes museos como el de la Revolución, o el del Aire, que está en La Luisa. Y por supuesto, los lugares obligados a visitar, El Capitolio, la plaza de la Revolución, el memorial José Martí, la Catedral, el Castillo del Morro, para presenciar el cañonazo. El paseo del Prado, una de sus principales avenidas.

Los días se me han ido muy rápido, diez días inolvidables en los que gocé y viví experiencias impactantes, definitivamente algo ha cambiado dentro de mí. Hice grandes amigos y amigas, me enamoré de una cubana, tengo que decirlo, y cómo no, si son tan bellas y agradables en su persona. En fin, es momento de volver a mi país. Ahora que estoy en casa, y que he vuelto a mi trabajo diario, sigo descubriendo nuevos matices de lo que me encontré en La Isla. Acabo de ver una película que es un retrato de lo que es Cuba y su gente, "Miel para Oshún", de Humberto Solás: Tremendamente descarnada al mostrar la vida de los cubanos que se han quedado "dentro", con todas sus carencias pero también con sus increíbles virtudes: la alegría, la generosidad, la solidaridad.

El taxista, uno de los personajes, que puede aparecer exagerado en su composición, es, sin embargo, el que presenta mejor que nadie al cubano de hoy. Y para quien ha estado en La Habana -como yo- y la ha recorrido de punta a punta yendo a casas de familias, a paladares, jamás a un Hotel y ha vivido por "dentro" la bondad y las carencias, ese hombre de pueblo es el habitante simple y sencillo de hoy en Cuba, haciendo lo que pueda por sobrevivir y sacando de inmediato, a flor de piel, toda la ternura y la fuerza del hombre.

Finalmente, al pensar nuevamente en Cuba, se me vienen un montón de preguntas sin respuesta: ¿Cómo puede sobrevivir un pueblo así, entre el derrumbe y el renacimiento? ¿Cómo los cubanos entienden y asumen su realidad? Creo que no hay respuestas claras. Me quedo con lo bueno de Cuba: su gente, su amabilidad, su sentir solidario hacia los demás; con su música, sus mujeres, su alegría y su fiesta. No puedo negarlo, me sentí identificado y pleno (en mi proyección y descubrimiento con mis hermanos cubanos), que en cualquier otro de los países y lugares en los que he estado... ¡Buen viaje y buena suerte!