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Soy

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He llegado a los treinta. ¿Pero sé quién soy? ¿Qué soy? ¿De qué estoy hecho? ¿Cómo me compongo? ¿De qué materiales estoy fabricado, cuáles me conforman? ¿Cuál es mi estructura? ¿Soy una serie de átomos arrejuntados el uno sobre el otro o el espacio que hay entre ellos? ¿Soy huesos, soy carne? ¿Soy una serie de creencias arraigadas en el pensamiento o las que reprocho? ¿Soy mi cerebro o mi corazón? ¿Soy mi alma? ¿Soy lo que busco, lo que deseo, lo que sueño? ¿Soy el resultado de un encuentro amoroso? ¿Soy producto de una concepción? ¿Fui diseñado previamente? ¿Qué me define? ¿Soy todos mis yos? ¿Soy el espacio que ocupo o el hueco que dejo cuando me voy? ¿Cuál de todas mis máscaras es la que realmente me proyecta? ¿Soy informático, cantautor, escritor? ¿Soy mi profesión, lo que estudié, lo que trabajo? ¿Soy lo que he escrito, las canciones que he compuesto, los programas que he realizado? ¿Tengo una personalidad definida? ¿Soy mi pasado? ¿Soy las personas que he amado, las que me han am...

Tocado

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Hoy en día está de moda no creer. El nihilismo es lo de hoy. Si no eres ateo, corres el riesgo de no ser tomado en serio. ¿Pero creer significa ser un tonto? ¿La inteligencia lleva necesariamente al desconocimiento de lo divino? La inteligencia sola, sin un resquicio de humanidad, es frívola. Si a uno le quitaran todas las capas de su ser, como a una cebolla, ¿qué quedaría de nosotros? ¿Nuestra alma a qué se aferraría entonces? La búsqueda personal de Dios a veces toma los rumbos más extraños. Uno de esos caminos puede ser la religión. Otros, el futbol. Podemos atender a la historia de las religiones y adentrarnos en la tradición oral y escrita. Hallaremos entonces ciertas inconsistencias y una que otra verdad engañosa. Las pruebas que ahí se nos presentan son de dudosa calidad. El científico entonces refunfuñará: “necesito pruebas contundentes, tangibles, en donde cada persona en este planeta pueda reproducirlas sin lugar a controversia”, y tiene razón. Al científico le hubiera gustad...

La otra realidad

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Hay sueños encantadores. La vida va tomando sus propios cauces, aunque no sean naturales. Su materia prima es la realidad. Todo cuanto sucede es motivado, la mayoría de las veces, por causas incontrolables, ajenas a nosotros: la vida se abre paso por sí sola. Los sueños, sin embargo, tienen también una cierta dosis de realidad. Nos afectan. Nos conmueven. Nos provocan. Es cierto, no existen, nunca sucedieron, todo se desarrolla en la mente, pero cuán reales pueden llegar a convertirse si estos llevan una fuerte carga de emociones: A veces dejan más enseñanzas los sueños que la propia experiencia. ¿Pero se vale creérsela? ¿Es legítimo sentirlos, vivirlos, aunque no hayan sido más que reflejo de nuestras inquietudes? ¿Tenemos derecho a tomarlos en cuenta? ¡Sí! ¿Por qué no? Un sueño puede alimentar el espíritu. Una noche bien soñada puede reconfortarnos durante varios días. En los sueños a veces proyectamos nuestras fantasías. Todo aquello que no hemos llevado a cabo, pero que deseamos, p...

De dónde venimos y hacia dónde vamos

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Yo soy de México, por cierto. Cuando viajé al extranjero me di cuenta de lo siguiente: Los colombianos se sienten muy orgullosos de su patria. La sienten, la viven, la presumen. Los cubanos igual. No cambiarían su lugar de origen por nada del mundo mundial. Esta situación me puso a pensar en esta ocurrencia: ¿De dónde se es realmente? ¿Debemos sentirnos de un país, una región o una ciudad por el hecho de haber nacido ahí? Y si se siente uno perteneciente a un lugar determinado, ¿por qué ocurre? ¿Qué elementos influyen para tomar tal decisión? ¿Es una decisión o un sentir? Yo, por ejemplo, nací en Toluca. Pero mi nacimiento ahí fue meramente circunstancial. Mi padre en aquel entonces tuvo un empleo repentino en una empresa de motores. Mi mamá, en ese momento, ya estaba panzona de mí. Al poco tiempo llegué yo: Allá me tocó abrir los ojos por primera vez y presencié las bondades de la vida. Pero a los dos años regresamos a La Laguna. Pasé en la Comarca, por lo tanto, mi infancia, adolesce...

Los milagros

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Uno los espera todo el tiempo. Uno cree merecerlos, por el simple hecho de existir. Pensamos que somos únicos, especiales, y siempre estamos a la expectativa, pensando con convicción de que Dios o la Vida o los extraterrestres nos los deben conceder porque sí, porque somos buenísima onda con el prójimo; hasta hacemos alguna buena obra de vez en cuando, para que el milagro llegue con mayor justificación, y hasta le damos, en la primera oportunidad, seis, siete pesos al niño que se acerca con carita triste, pidiendo una ayuda porque no ha comido en todo el día. Pero los verdaderos milagros van más allá de nuestros mezquinos deseos terrenales. No se trata de hacer una buena obra para recibir un premio. La cosa no es ir de rodillas a la Basílica, mientras dos pobres vatos van poniendo cobijas delante nuestro, de manera alternada mientras vamos avanzando, para que la manda sea menos dolorosa; porque tampoco se trata de rasparnos las rodillas hasta que se descarapelen, hay que ser astutos pa...

Mirando las estrellas

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Escaparse por un fin de semana de la rutina del trabajo (y de la ciudad) es de por sí algo satisfactorio; ahora, hacerlo para asistir a una velada astronómica en las Termas de San Joaquín, ha sido una experiencia realmente enriquecedora. El Iván y yo agarramos nuestras chivas el sábado por la tarde y nos lanzamos a aquel paraje desértico que se encuentra un poco más allá de García, Nuevo León. Era la primera vez que asistíamos a un evento de esta naturaleza. Y quedamos encantados, la verdad. Decenas de personas llevaron sus telescopios y nos dejaron ver a través de ellos los tesoros que guarda el espacio: galaxias, cúmulos globulares, estrellas, planetas, nebulosas. El motivo de ese encuentro fue la preparación para el Maratón Messier 2011, ¿y qué rayos es eso? Pues es un concurso en el que se trata de localizar la mayor cantidad de objetos posibles, relacionados con el catálogo Messier, que es un estándar internacional para fichar los diferentes cuerpos celestes que se pueden ver desd...

Pulso maraquero

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De niño yo no quería ir a la escuela. Era tan feliz en el kínder: Pintar obras maestras con crayolas, subirme a la resbaladilla, cantar como ángel en la clase de música con mi abuelita. ¿Para qué fregados querían hacerme grande? ¿Qué necesidad? Le decía a mi mamá “no quiero entrar a la primaria, no voy a aprender nada, no voy a saber lo que me enseñe la maestra, todo será en vano”, y lloraba tan fuerte, tan fuerte, que fácilmente podían escucharme al otro lado de la ciudad; escandalizaba como loco para que el drama fuera insoportable al punto de convencer a cualquiera de que realmente lo que se pretendía hacer era una injusticia. Pero mi madre, experta en artimañas infantiles, no se lo tragó y me jaló todo el camino hasta el salón, para mi primer día de clases en la escuela José María Morelos. Pues ahí tienen que pasaron los primeros meses y no terminaba por adaptarme al nuevo sistema de aprendizaje. Extrañaba mi antigua vida de juegos. Era muy tímido. Y para colmo, los chavitos que te...