El no-me-olvides de los dioses

Si uno le ordena a los pies dirigirse a la taquería más cercana, éstos obedecen sin mayores complicaciones: el antojo manda, por supuesto. Si uno le pide a su mano subir a la altura de los sobacos para que empiece a rascar, suave y placenteramente, actúa sin ninguna objeción. ¿Entonces por qué no se le ha permitido al hombre tener el mismo dominio sobre su pene? ¿Es acaso una de esas situaciones plenamente irónicas que ha dejado la Vida para el macho? Parece que sí, es precisamente eso, una burla contra nosotros, los afortunados que pertenecemos al sexo masculino. Porque teniéndolo ahí, entre las piernas, a nuestra disposición, no podemos adjudicárnoslo como un súbdito; no podemos proclamarnos su rey, pues antes de la coronación ya había tomado partido por una rebelión en contra nuestra. Fue un capricho vil, lamentable, la verdad. Aquél o aquéllos que nos crearon, dejaron su firma inmisericorde. Su no-me-olvides. Nos dejaron a nuestra suerte, promoviendo en nosotros la labor del ...