Baila como Juana la cubana
Recibí la llamada como a eso de la una y media. Yo estaba en la oficina, trabajando. “¿Puede venir el domingo?”, me preguntó la señora al otro lado de la línea. “Naturalmente”, respondí sin pensarlo mucho y haciéndome una idea mental de lo que podría ocurrir en aquella audición musical. Era la primera vez que lo hacía. El medio en el que me he desarrollado toda mi vida como cantautor y trovador ha sido distinto a eso: Los bares, los cafés, los teatros, las presentaciones en plazas públicas, la guitarra, uno o dos micrófonos; si acaso unos bongós. Y nada más. Pero esto era diferente. Recordé a mi padre. Su juventud tuvo algunos sobresaltos. Aprendió a tocar los teclados por cuenta propia, sin alguna instrucción profesional, a pesar de que mi abuela era pianista y de las buenas. Cuando papá me contaba sus aventuras, sentía una especie de envidia: amenizaban los bailes, hacían tocadas, fiestas, cantando rolas de la Sonora Dinamita, de los Bukis, ya saben, la pura vida. Pero también me con...